El Ciborg con Alzheimer

Cuento que escribí en 2014

El Cíborg con Alzheimer

Por Luis Alberto Fierro

(c) 2014 Luis

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Fierro

            Francisco se despertó con una sensación extraña aquella mañana otoñal de 2041.  Sentía su cuerpo pesado, denso, como aletargado. Cuando bajó su mirada, descubrió con espanto que todo su cuerpo era metálico, desde el torso y los brazos hasta las piernas.  No podía distinguir bien su nariz, la cual parecía emitir un brillo inusual.

            Con horror, se levantó de la cama y se acercó a un espejo; entonces, su conmoción fue mayor al percatarse de que toda su cara también era robótica, una mezcla de plástico, metal, alambres, y – lo que para él era más alarmante –  que unas oscuras esferas negras con pupilas rojas estaban en donde debían estar sus ojos.

            Realmente no entendía qué era lo que le estaba pasando, ni cómo había llegado a esa habitación, que parecía estar en un hospital o casa de reposo para ancianos.  Trató de gritar, pero solo le salió un sonido robótico, como aquel que solía hacer al hablar el físico Stephen Hawking. 

            Se dio cuenta de que no se acordaba de muchas cosas.  Solo algunas imágenes de su niñez y juventud le venían a la mente, pero no recordaba casi nada de sus últimos años, y, en verdad, ni siquiera sabía qué edad tenía.  Le daba la sensación de que debía tener al menos unos 70 años, pero no sabía realmente ni qué año era, ni en qué lugar se encontraba.

            Reflexionando un poco, le pareció recordar que había nacido en 1964, y tenía la impresión de que eso había pasado hace mucho tiempo.  Pensaba que había nacido en Quito, Ecuador, pero no reconocía nada de lo que miraba por la ventana, que parecía ser un océano.  Bueno, obviamente no se encontraba en Quito, que estaba situado en la Sierra Andina, a 2.800 metros de altura.

            Volvió a mirar hacia el interior de su habitación, y observó una pantalla gigante, plana, que parecía una especie de televisión o computadora.  Se puso a rebuscar en su velador, y encontró algunas tarjetas que decían pertenecer a Francisco Herrera.  ¡Claro!  Herrera era su apellido, de los Herrera del Carchi.